“Todo el que es leal e interrogue su alma, no se atreverá a negar la radicalidad absoluta a la tendencia a la que nos referimos”. Poe, 1945.
Estas palabras las escribió Edgar Allan Poe, un escritor estadounidense considerado por muchos el percusor del relato detectivesco. Su personaje C. Auguste Dupin, de carácter extraño, nocturno y amante de los libros, utiliza un talento analítico capaz de enlazar racionalmente todos los hechos criminales para llegar a la resolución del crimen.
EL PORQUÉ DEL HECHO CRIMINAL
Una parte de la Criminología se encarga de buscar las posibles causas y motivaciones del hecho criminal, y como ciencia interdisciplinar no puede dejar al margen ninguna teoría o relato de interés criminológico que intente esclarecer lo que pasa por la mente criminal. En un relato de Poe, titulado “El demonio de la perversidad”, publicado en 1945, este realiza un pequeño ensayo acerca del término “perversidad”. Definida esta, como la tendencia innata y primitiva de la acción humana, que bajo su influjo se obra sin finalidad aparente, simplemente por el mero hecho de que no se debería hacer. Es como una tendencia obsesiva de hacer el mal por el mal independientemente de las consecuencias nefastas que traiga.
¿PARTE OSCURA DEL CEREBRO?
Dentro de esta tendencia primitiva humana, la perversidad se halla en el interior de las personas, quizá relacionada con alguna parte oscura del cerebro. Debemos entender que antropológicamente el lóbulo frontal es similar a los humanos de hace 5.000 años (Bruner. 2016). Esta parte del cerebro es la encargada de las funciones ejecutivas que permiten dirigir la conducta hacia un fin, establece distinciones entre pensamientos conflictivos, valora lo que está bien o mal, e influye en la interacción de los comportamientos sociales.
Bajo el influjo de la perversidad Poe indica que se obra por la razón de que no deberíamos hacerlo, llegando a ser absolutamente irresistible para algunas personas.
CONDUCTA PROHIBIDA
Quién, si ha tenido la experiencia de educar a niños o niñas, no ha observado que, al corregir una conducta del menor, le dices “no hagas tal cosa… o no hagas cual cosa…”, y el niño o niña automáticamente realiza la conducta que no debería hacer. Basta con que le introduzcas ese pensamiento, para que generes un impulso que se convierte en deseo; el deseo se convierte en una necesidad irresistible, y de repente ésta se satisface realizando la conducta prohibida, prescindiendo de toda valoración de las consecuencias negativas.
Pero ¿Qué actos están bajo el influjo de la perversidad? Para contestar esta pregunta, al igual que hizo Poe en su relato, voy a comentar los hechos criminales probados en sentencia judicial.
INTENTO PERVERSO DE ASESINATO
Allá por 2016 en la localidad de Villajoyosa, conocida popularmente como la “ciudad alegre”, ocurrieron unos hechos cuanto más singulares. Se dice que para que un suceso criminal produzca notoriedad es necesario que se den una serie de características, sobre todo contradictorias a lo que dicta el sentido común, el caso que nos ocupa se producen varias de ellas ¿Quién se espera que dentro de un recinto policial se planeara un homicidio? ¿Y a su vez, que fuera un agente del orden, capaz de matar a una familia? Una agente, su marido con cáncer y su hijo de tres años dejaron de pensar que vivían en la ciudad alegre, fueron víctimas de un intento de asesinato de quien era el encargado de las dependencias, el mando policial es acusado de entrar repetidas veces en la vivienda de esta familia, además de hacerse con fotos y enseres personales íntimos de la víctima, intento envenenar a las tres personas con un plaguicida y un raticida vertido en la comida cuando no se encontraba nadie en la vivienda, pero lo curioso del caso es lo que se le intervino en el archivo de un pendrive, el autor confesaba sus pensamientos bajo el influjo de esa actitud perversa, exponiendo literalmente “Bueno, llegó el momento de ver si tengo el valor para hacerlo, lo he planificado muchas veces (al menos en mi pensamiento), pero una cosa es pensarlo y otra atreverse a hacerlo y hacerlo, claro está. Pienso que soy muy cobarde para hacerlo, pero lo necesito, estoy en un constante sin vivir por su culpa, mientras tanto, ella parece ser inmensamente feliz y eso no lo puedo soportar, no me deja dormir por las noches. Me corroe la envidia, y me ahoga, si no lo hago creo que reventaré…lo he intentado en otras ocasiones, de otras formas y sin medir el daño que pueda causar, vamos, que no he tenido en cuenta los daños colaterales, no me ha salido bien, pero un día de estos, o bien me sale bien o por el contrario me pillan…”.
VIVIR CON LA PERVERSIDAD
Analizada la conducta, solamente se puede deber al espíritu de la perversidad, este le generó “el impulso que crece hasta el deseo, el deseo hasta el anhelo, el anhelo hasta un ansia incontrolable, y el ansia es consentida. Le fue imposible controlar la conducta “preparada con perfecta deliberación, meses enteros meditó los medios del asesinato” sin importarle las consecuencias de los actos.
No quería cerrar este artículo sin ver algo positivo en la “perversidad”. Si se sabe que forma parte de nosotros, ¿por qué no convivir con ella identificando aquellos pensamientos negativos que generan malestar y transmutarles en simples formas del pensamiento, impidiendo que se adueñen de nuestras conductas? En definitiva, impedir la capacidad que tiene el espíritu perverso de destruirnos como ser humano y potenciar el espíritu benévolo que toda persona llevamos dentro.
(*) El autor del artículo, Isaac Llorente Blanco es criminólogo, ensayista, miembro de la Guardia Civil y colaborador de la Sociedad Científica Española de Criminología (SCEC)